Puta, maricón: esas palabras que nos vigilan.

Columna publicada en la sección Historias mínimas de la revista Cuadernos de Pedagogía, número 464, febrero de 2016, con el título Esas palabras que nos vigilan.

 

En los institutos oímos todo tipo de insultos, a veces dichos con intención expresa de ofender, a veces simplemente como una manera de condimentar las conversaciones. De dos de ellos voy a ocuparme ahora porque en ambos se condensan numerosas cuestiones relativas a la identidad de género y la orientación sexual. Me refiero a “puta”  y “maricón”. Solo tienen en común la capacidad de herir y su función: son como mastines que cuidan del rebaño mientras el amo está ausente, ninguna oveja podrá salirse del camino marcado, la obligarán a volver con las demás. Y como si fueran un rebaño, a todos los alumnos y alumnas les afectan estos insultos, no es necesario ser gay para que la palabra “maricón” ejerza su función disciplinaria. “Puta” delimita el comportamiento aceptable de una chica, “maricón” demarca lo que significa ser un hombre. Delimitar y demarcar son dos verbos que no terminan de expresar bien lo que quiero decir. Marcan unos límites, sí, pero esos límites no son fijos  sino que  se mueven constantemente y no siempre sabemos dónde están. De ahí derivan en parte su poder, nunca estaremos seguros de satisfacer sus demandas. "¿Me llamarán puta si hago esto? ¿Esto no será de maricones?"

Son dos insultos asimétricos. “Puta” no cuestiona la condición de mujer sino su comportamiento.  Calificar a alguien de maricón, en cambio, implica afirmar que no es un hombre. No existen diversas maneras de ser hombre, existe solo una y solo en un determinado grado, todo el rato corren (corremos) el peligro de no ser “lo suficientemente” hombres.

 

¿Cómo podemos erradicarlos de los institutos? No soy partidario de prohibir las palabras sino de quitarles su fuerza, y son nuestros miedos e inseguridades la fuente de la que extraen su poder los insultos. Debemos analizarlos con nuestros alumnos, descubrir sus hilos ocultos, reírnos de ellos. Nadie puede erigirse en el juez de la vida amorosa de una chica, no existe una sola manera de ser hombre. Tenemos que convertir a los temibles mastines en diminutos perritos cuya ferocidad solo nos provoque risa.  

 

Carlos Javier Herrero Canencia.

 

Profesor de Lengua y Literatura castellana en el IES Las Lagunas de Rivas Vaciamadrid

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